viernes, 6 de enero de 2012

De regreso en Bogotá

De regreso en Bogotá. Muy cansados, ya María José en Manizales. Yo por aquí haciendo visitas familiares que debía, me parece gigante el viaje que hicimos. Es una pena no alcanzar a compartir todo lo aprendido. Pero algo habrá quedado. Aún debo las fotos, pero no las podré subir hasta que llegue a Manizales (quedaron en el portátil de viaje y ese fue para allá con María José). Cuando lo haga, quizás sean una o dos entradas más contando alguna otra impresión final y acabaremos este diario de viaje con todos los agradecimientos y disculpas, etc. etc.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mirando a la favela

Es repetir, decir que Rio de Janeiro tiene muchas desigualdades sociales. Para el observador colombiano, quizás lo que llama más la atención de la forma en que está distribuida, o mal distribuida la riqueza, es el desorden. A diferencia de Bogotá, donde en general el norte es rico y el sur pobre, con variaciones, claro. O Medellín donde abajo es rico, y arriba es pobre. O cali, que es el revés que en Bogotá. En Salvador, la ciudad está formada por innumerables cerritos y sus consecuentes valles. Uno piensa al comienzo que arriba –donde ventea- se hicieron los ricos, y abajo –donde se siente más bochorno-, les tocó a los pobres. Pero al ir mirando más allá del tercer cerrito uno se pierde. Pero en Rio de Janeiro, las dimensiones de los cerritos se hacen imperiales como si Dios aquí fuera egipcio y le diera por hacer la geografía imponente. Es una región llena de lo que llaman morros, cada uno es una piedra de una sola pieza (técnicamente, un batolito, si no recuerdo mal), que se formó de magma hirviente cerca de la superficie hace centenas de miles de años y luego se irguieron hasta alturas de entre 400 y 700 metros cobre el nivel del mar, todo en el lugar que hoy es Rio. Por eso también el mar es profundo aquí y la Bahía de Guanábara es ideal para que entren barcos pesados, que entonces quedan bien protegidos de las tempestades.

Y por eso también, las favelas en Rio, tienen algo que ver con los morros. Son lugares que no llamaron la atención de los colonizadores portugueses, ni tampoco de la burguesía floreciente desde el siglo XIX, de manera que cuando la ciudad se comenzó a poblar rápidamente como toda grande urbe del siglo XX, los más necesitados de casa invadieron hasta donde los morros se lo permitieron, con la feliz ventaja de que la roca es dura y los deslizamientos no son tan fáciles como en Manizales, por ejemplo, aunque las pendientes sean quizás mayores. Pero los morros tienen formas y distribución caprichosa y algunos, mejor ubicados ya fueron poblados por algunos personajes importantes a comienzos del siglo XX, de manera que las casas de las élites y de los invasores de predios, a veces quedaron bastante cerca.

Por eso, cada noche, desde que estoy en el apartamento del barrio de Copacabana, que la familia Bulcão nos ofreció a precio de excepción, para la temporada (para final de año, los alquileres de apartamento en esta zona se disparan a precios alrededor de los 1.000 reales, sólo por la noche del 31 de diciembre), miro a la favela de en frente, llamada Pavão – Pavãocinho, de la que, en el decimo piso que nos encontramos, estamos separados por unos 200 a 300 metros en línea recta. Mejor dicho, un teleférico directo no necesitaría una sola torre. He visto tarabitas más largas para pasar ríos en Colombia.

La otra favela que conocemos, se llama Santa Marta, y está al lado del barrio de Botafogo, también pegada a otro morro de piedra, delante del morro mayor de por aquí, donde se yergue el Corcovado imponente sobre toda la ciudad. Allí subimos en los días que pasamos con la familia Bulcão, antes de ir al apartamento en Copacabana. Las dos favelas tienen en común el ser "zonas pacificadas" recientemente, y el "bundinho", que es una especie de funicular-ascensor que presta el servicio gratuito desde el pié del morro hasta la cima. Nada que ver con el exorbitante precio de 53 reales (54.000 pesos colombianos) que cobra el teleférico que sube al Pan de Azúcar, que como morro ya era demasiado vertical como para que alguien pusiera casas en sus laderas. Este ha sido un morro muy militar. Como es un punto estratégico en la entrada a la bahía de Guanábara, a lo largo de la historia, no se ha permitido a nadie que no fuera las fuerzas defensivas de la ciudad vivir por ahí. Ese morro es el antónimo de favela, pues es el morro de clase alta.

¿Quién pagaría 53.000 pesos colombianos por un ratico de vista desde un lugar alto? No hay ni siquiera historia allí, solo unas instalaciones para sacarle la platica al turista. Los que no quieren o no pueden pagar, tienen la alternativa de subir caminando, por un camino boscoso, muy bonito, hasta la cima del morro de Urca, la estación intermedia del teleférico, donde también hay locales comerciales que sacan la platica del turista y del habitante de clase media tacaño que no quiso pagar. Ese paseo toma una hora de subida más o menos.

Sin pagar un real (ni peso colombiano) también subimos a la parte más alta (quinta estación) de la favela de Santa Marta, y caminamos hasta el mirador de Pedrão, desde donde tomamos las mejores fotos que tenemos de Rio, incluyendo la que usamos como fondo para nuestra tarjeta de navidad. Comimos el "Frango a passarinho" más barato y rico de la ciudad cerca de la tercera estación, en un restaurantico sencillo, que algunos habitantes del barrio nos indicaron, pues no es tan visible y hay que bajar unas escaleras estrechas que nos llegaron a dar un poquito de desconfianza, si no fuera porque varias personas de diferentes edades y condiciones nos dijeron que no había ningún peligro con la expresión típica "fica a vontade... não tem problema não". En la cuarta estación hay una estatua de Michael Jackson de la que no tomamos fotos porque estábamos asediados por una pandillita de preadolescentes que nos pedían dinero insistentemente, que decían que esa placita es suya y por eso tenían derecho a cobrar... pero no fueron agresivos, sólo pretendían burlarse de nosotros.

La favela de Pavão-Pavãozinho es unas tres veces más grande y, aunque la tuvimos más cerca, no sacamos el tiempo para subir el bundinho de allí. Sólo una tarde, al final de diciembre, pasé por una calle del pié de la ladera, mirando el ambiente comercial y buscando un vasito de açaí barato, que claramente encontré. El más barato de toda la ciudad: 2,50 reales! Luego, nuestro amigo Jhon Jairo, quien creció al sur de Bogotá, en Santa Librada, y con quien estuvimos un par de noches (y con varios amigos más: Oscar, Jaime), incluyendo la de año viejo (a la que se sumaron Michele, Sergio y Cadú), charlando, paseando, recorriendo la noche de Copacabana y la madrugada de año nuevo... Iba a decir, nuestros amigos cerraron nuestra experiencia de favelas en Brasil contemplando la vista nocturna desde el apartamento en Copacabana. Les contamos la historia que João, dueño del apartamento nos había contado, que en la época de la "pacificación", habían entrado dos tiros por la ventana por la que estábamos mirando. Oscar preguntaba: -Ya subieron allá?, Jhon Jairo mostraba a sus amigos brasileron, como tratando de explicar: -Miren, parecido a esto es el barrio donde crecí... Vivíamos allá con Javier.

El día del estreno

Finalmente, el viernes 16, en nuestro estreno, con muchos nervios, por el poco tiempo de ensayos y por la exigencia de una pieza en que había que improvisar a partir del momento en que el público eligiera actuar también, nos lanzamos al experimento. A las 8 p.m. era la presentación, pero a esa misma hora apenas teníamos cuatro personas de público. Primero llegó Jaime, nuestro amigo que nos ha dado posada aquí en Rio ya dos veces. La primera, cuando vinimos en julio, de paso hacia Curitiba, y la segunda ahora, cuando llegamos desde Salvador, a comienzos de mes. Yo sabía que él iba a tener que contar algo en relación con el espectáculo de hoy, y esperaba sinceramente que pudiera venir. La noche anterior él os confirmó que venía seguro. Así que era nuestro único amigo seguro que vendría. Los amigos Bulcao tuvieron que adelantar un viaje y eso les impidió venir. Mientras que Sergio y Angela, la otra pareja de amigos que conocimos en casa de los Bulcao no se habían mostrado muy seguros de poder venir. María José llegó de quinta, y amigos de los demás participantes del taller fueron llegando cuando la presentación ya había comenzado.

La sesión de teatro del oprimido la abre un(a) coringa, cuya función es animar al público a participar, aplicando las técnicas propias del teatro del oprimido. Este día, la coringa fue Claudia Simone. Comenzamos a las 8:10 para dar tiempo a más gente a llegar, pero no fue mucha la mejoría. Claudia propuso un juego de concentración a los asistentes, al cual los pocos que había se fueron animando con alguna timidez al comienzo. Después con poca antesala ni explicaciones, dejó el espacio para la obra “Por excesso de contingente, sai prá lá minha gente”. Los amigos aplaudieron y comenzamos la obra. Fernanda, a través de un televisor imaginario puso a soñar a Weber (Fausto) con una vida mejor en el país de los verdes. Claudia y Estefany pusieron dificultades antes de dar el visado en el pasaporte. Cris y la misma Estefany, con otro personaje, dieron la bienvenida por anticipado al futuro y al éxito a un Weber que ya volaba por las nubes del mundo sin fronteras que el conquistaría para regresar y ser el rey de su ciudad.

A partir de allí, sólo faltaba que Weber (Fausto) volara a ese otro país soñado. En la fila de inmigración, después de Claudia, quien venía del país rosa, pero con ascendencia verde, la ve pasar a ella, alegre. Luego llega su turno, pero desde el primer momento, el oficial de inmigración encuentra algo extraño en su pasaporte, así que va a consultar con el jefe. El pasaporte es colorido. Al jefe no le gusta que venga gente del país de los coloridos, opina que son una carga para su país, que está entrando en un período de crisis. –Colorido… Muito estranho… dice, y su guardia de seguridad de la oficina repite estas palabras marcial y cómicamente. Hace seguir al colorido misterioso para hablar personalmente con él, pese a las dudas y advertencias de peligro que le hace el oficial de inmigración.

- De modo que usted es del país de los coloridos…
- Sí señor, soy colorido, sí señor.
- ¿Qué viene a hacer en nuestro país?
- Vengo a estudiar, es una maestría en … Aquí está la documentación que lo certifica.
  (al girarse sobre su bolso para sacar la documentación, el guardia de seguridad reacciona alerta apuntando con su arma hacia el bolso)
- Está seguro de que viene a estudiar?
-Sí señor, claro! Ya está todo arreglado en la universidad, incluso ya pagué este semestre.
- Puede demostrar que tiene dinero suficiente para estudiar sin trabajar? (no va a quitarle el empleo a uno de los nuestros, siendo usted del país de los coloridos)

El jefe, dice varias veces “extraño, muy extraño”, “colorido”, o cualquier otro adjetivo que descalifique a Fausto. Siempre, el guardia de seguridad lo repite con la misma cadencia, entre militar y cómico, mientras observa al público de lado a lado. En este punto interviene la “aliada” del oprimido (para usar lenguaje del teatro del oprimido”, tanto el opresor como el oprimido tienen sus aliados, aunque los del opresor suelen ser más evidentes). Que es la siguiente viajera de la fila. Una mujer del país de los verdes que regresa de un viaje por el país de los coloridos, y desplegará todos los argumentos posibles para favorecer a Fausto y asegurar que pueda entrar, amparada en lo bien que la trataron, en la calidad humana de los coloridos que la acogieron, en el derecho a la libre circulación, y en últimas en el derecho de su propio país verde.

- Disculpen, ¿alguien me puede explicar qué es lo que está sucediendo aquí?
- No es nada señora, espere su turno se trata de un procedimiento de rutina.
Etc.

Un poco más adelante en la conversación, cuando el jefe escucha las quejas de ambos –Fausto y su aliada de ocasión-, responde finalmente, que no cree que Fausto realmente sea del país de los coloridos. Sino que su pasaporte es falso y con casi toda seguridad es del país de los rojos, señalando un cuadro de “Se busca”, que reproduce una imagen similar a la de Osama Bin Laden. Tan pronto se escucha la palabra “rojo” en escena, el guardia exclama, de nuevo girando hacia el público para agrandar el gesto:

- ¡Rojo! ¡Debe seer uunaaa Boooommbaaa!

En cámara lenta, la oficial de inmigración y el guardia se dirigen hacia Fausto, y le quitan el bolso. Retornan a velocidad normal. La viajera retornada dice que esto es absurdo. Fausto repite con desesperación sus argumentos ante el jefe. Pero este dice:

-No quiero saber!... (sube a la mesa del despacho)… y “por excesso de contingente, sai prá lá minha gente”

Todo se congela, salen los demás actores y cantan todos una canción carnavalesca que hace ironía sobre la idea de xenofobia (disculpas, he olvidado la canción, pero pongo versos sueltos con la esperanza de poderme acordar después).

Voce chegou e quer ficar
...
A gente aqui nao te vai deixar
...
Não te conheço, não!
nem quero conhecer
...
voce aqui não vai entrar
...
Que a gente vai te humilhar

Aplausos! Los amigos están contentos. Claudia aparece en escena y propone al público cambiar la historia poniéndose en el lugar del protagonista: Fausto.

Esta noche aparecieron cuatro voluntarios. El primero fue muy amable y como estrategia asumió presentarse como un especialista en desarrollo que venía a presentar una tecnología del todo necesaria para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes del país verde. En segundo lugar, María José, cambió el argumento y dijo que no venía a estudiar, sino a reunirse con su esposo que ya está aquí en el país de los verdes y que es su derecho reunirse con él por reagrupación familiar. En tercer lugar, una señora, pidió entrar en escena desde el avión. En el viaje ella se hizo amiga de todo el mundo y explicó a los pasajeros su situación previniéndolos sobre los problemas que le iban a poner en inmigración por ser del país de los coloridos. Entonces acordó con ellos que la dejaran pasar en primer lugar para que todos pudieran atestiguar que todo lo que ella dice es cierto. No recuerdo lo que planteó el cuarto voluntario, pero si recuerdo que al día siguiente, ua señora diferente propuso simplemente entrar en escena después de ver la información sobre las oportunidades en el extranjero por televisión, y no se dejó convencer de los amigos para ir a ese país del cual la televisión dice una cosa y los amigos que ya fueron dicen otra.

Nuestro amigo Jaime, el que llegó de primero a la presentación, en la trasescena, después de la presentación, nos compartió una historia similar, pero ocurrida en un aeropuerto de EE.UU. a diferencia de la historia original, de Weber que había ocurrido en Inglaterra. A Jaime lo apresaron por varias o horas y lo asustaron con la idea de meterlo directamente en la cárcel bajo la sospecha de que llevaba cocaína en el estómago, en el interrogatorio, le dieron opciones como confesar, o esperar siete horas, perdiendo el avión de la conexión, hasta que tuviera dos deposiciones para demostrarles que no era mula, como él decía. Varias veces lo intentaron chantajear con la idea de que si confesaba ahora le rebajaban diez años de condena.

En fin, un tema muy largo para seguir desenrollando. Los amigos que participamos en el taller y que montamos la pieza, estamos pensando en crear un grupo de trabajo sobre xenofobia en los aeropuertos y buscar alternativas para hacer representaciones sobre este tipo de situaciones que ayuden a transformar esta situación de injusticia que en nuestros días se ha hecho tan común y en general la mayoría de la gente acepta como algo a lo que hay que someterse en nombre de la seguridad.


Historias para un montaje de teatro del oprimido

Con la cantidad de viajes, que aumentó desde que regresé a Colombia, había ido olvidando la ansiedad y los nervios que tuve en mis primeras experiencias de pasos de inmigración en aeropuertos internacionales. Sobre todo la primera vez que fui a España, y la primera que regresé a Colombia, era como entrar en una tienda con la sensación de haberla robado ya, pero sin haber robado ni haber entrado nunca antes ahí. Es decir, había que disimular, pero ¿disimular qué?, que uno no ha hecho nada. Da igual que uno entre o salga de un país, siempre es la misma sensación. Con los años aprendí a disimular mejor que no he hecho nada y ya me había ido olvidando.

Por eso, cuando en la segunda sesión del taller de teatro del oprimido, la semana antepasada, nos planteamos cada uno la situación a ser representada, para comenzar a elegir, recordé la fila en la subdelegación de gobierno en Barcelona, cuando para pedir permiso de trabajo los extranjeros de toda condición debíamos hacer fila desde la noche anterior en la acera del frente, defendiéndonos de mafias que amedrentaban a los de los primeros puestos para quedarse con sus puestos y venderlos al comienzo del día a los abogados, y algún que otro matón o ejecutivo,  que pagaban por ellos para representar a sus clientes en primer lugar. Nos organizábamos para cuidar la fila, en acuerdo con la última guardia de la policía que prometía respetar la lista organizada por los primeros de la fila, y finalmente rabiábamos al otro día cuando los guardias de la subdelegación nos trataban de hijos de puta y nos hacían correr dando la vuelta a la manzana para hacer de nuevo la fila al otro lado de la acera.

Pero la historia de mi nuevo amigo Weber era mejor para ser representada. A él lo deportaron del aeropuerto de Londres, no por ser brasilero, sino por parecer árabe, en el año 2003. Hicieron caso omiso de sus documentos certificando que ya había pagado la matricula para un curso de música o artes (con todas las versiones que fuimos ensayando, perdí el dato original), hicieron caso omiso de que él demostraba capacidad para poderse sostener allí mientras estudiaba. Lo encarcelaron durante horas, y en ese tiempo un funcionario le contrarió por la manera de vestir, dando a entender que si se vestía muy alternativo no podía esperar que lo fueran a dejar entrar, pues supuestamente ya había muchos así en Inglaterra y eran indeseables, y finalmente lo enviaron de regreso a Brasil.

Los dos nos pusimos de acuerdo fácilmente en que su historia era la más representable para proponerla al grupo y la otra alternativa que propusieron los demás compañeros era una historia de un(a), joven que quería ser artista y era sistemáticamente cohibida en su casa y en el ambiente a su alrededor hasta que ella elegía algo conforme a las presiones, y trataba de adaptarse. La sesión en que tomamos la decisión fue difícil por la estrechez del tiempo para preparar las primeras representaciones de ambas propuestas, que también fue poco tiempo para debatir la conveniencia y pertinencia de ambos temas para todas y todos, y finalmente por la votación reñida, que fue un 5 – 4.

En las sesiones siguientes, las técnicas desarrolladas por Augusto Boal y sus seguidores fueron efectivas en ayudarnos como grupo a encontrarle perspectivas diferentes a la pieza, comprender la sicología de cada personaje que interviene, reconstruir la lógica de la opresión para poderla mostrar en escena, establecer el equilibrio y desequilibrio de fuerzas en los diferentes momentos y los márgenes de juego de cada uno. Adicionalmente, Claudia (ver video) y Monique, las coringas, joquers, arlequinas, animadoras del taller, ayudaron a que todos nos orientáramos a señalar con claridad el tema sobre el cual se presenta la situación de opresión que queríamos representar. Surgieron varios: racismo, xenofobia, políticas de inmigración, derecho a la libre circulación, entre otros.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Lo que nos enseñaron unos niños en Salvador

Textos para los dibujos de los niños de Guerreiros de paz (Salvador, Bahía)

Estos dibujos fueron hechos por los niños del grupo de refuerzo escolar (entre nueve y catorce años, aproximadamente), en la primera de tres sesiones que las directivas del proyecto Criar e Crescer - Guerreiros da Paz nos permitieron tener con ellos. En esta sesión les dijimos, después de un par de juegos para entrar en confianza con ellos: -Nosotros somos dos turistas que venimos de otro país. ¿Nos podrían ayudar con un poco de orientación? Y les propusimos dibujar cada uno algo que le gustaría que los turistas conocieran de su ciudad. Algunos niños hicieron dibujos similares, proponiendo la mimsma cosa, así que sólo subimos aquí algunos que unos de ellos nos quisieron regalar después del taller.


Elevador Lazerda

Es uno de los lugares por donde más pasan peatones en la ciudad. Es un sistema de cuatro elevadores públicos que lo suben a uno desde la zona del puerto de pasajeros hasta la zona de plazas coloniales del barrio de Pelourinho, evitando el esfuerzo de subir a pie y de encontrarse con los habitantes de la calle que ocupan toda el área de las calles que suben, llena de casas derruidas  a punto de caer.

La parte de abajo se llama Cidade Baixa y la de arriba Cidade Alta. Las vistas desde arriba son hermosas. El pasaje vale 20 centavos de real. Es lo más barato que hemos visto en transporte, pero realmente, sería un crimen si cobraran más (la mona y yo pensábamos que era gratis, como siempre).

El puerto comunica la ciudad con varias islas y puntos (la mayoría de ellos turísticos) de la Bahía de todos os Santos, pero no es el único en la ciudad. También está el de Sao Joaquim.




Farol de Barra

Es el faro antiguo de la ciudad de Salvador. Es una zona de fuertes defensivos y también de tiendas y comercio para turistas. Aunque no podemos recordar nombres de los muchos lugares que se pueden visitar allí, hubo un día que fuimos a caminar hacia el norte por el borde del mar. El paisaje es rocoso y la ciudad se levanta, creando un frente de peñasco sobre el que se yergue uno de los barrios más exclusivos. Por una carretera de vistas espectaculares a la bahía, entramos casualmente al Yacht Clube, donde unos cuantos ricos y blancos impiden el acceso a la gente (hay denuncias y todo, porque tienen cerrado el acceso a una parte de la bahía). A nosotros, amablemente nos indicaron la salida por un elevador privado que nos llevó a la Cidade Alta.

Hay mucho comercio y edificios históricos, algunos convertidos en museos o casas de cultura en los alrededores de este faro. Así como también la playa de Barra. La más popular de la ciudad.



Praia de Barra

En esta playa, la que está próxima al Farol de Barra, vimos muchos peces, como hay roca y algas cerca de la arena y el mar se hace profundo rápidamente, entonces es chévere para bucear. Al pié del Museo del Mar (no recuerdo bien si el nombre es exactamente este, pero es el fuerte más cercano al faro), muchos buzos principiantes se la pasan sumergiéndose. Los alrededores de este fuerte son un buen lugar para ver turistas, capoeiristas ganándose el pan con exhibiciones para turistas y para buscar el coco diario más barato, pues la oferta es abundante.

Nos sorprendió que, siendo una playa de ciudad, no estuviera sucia. No sé realmente cómo se hace en una ciudad para mantener las playas a salvo de la basura que generan el puerto, las alcantarillas, etc. Sin embargo, cualquier habitante local confirma que son mucho mejores playas de las afueras, como la de Itapuá, que es la más cercana, y queda hacia el norte de la ciudad.



Cachoeira

Los bahianos de interior muchas  veces no gustan de la playa, igual que los pernambucanos de interior. Algunos amigos de ciudades de interior que hemos ido haciendo dicen que prefieren bañarse en ríos y buscar cachoeiras (cascadas). No puedo evitar asentir un poco, pues al fin y al cabo yo también soy de interior y me encantan las cascadas que en Colombia hay por montones. El niño que dibujó la cachoeira debe ser de familia de interior.

Lamentablemente, estuvimos sólo dos días en una ciudad interior en todo nuestro viaje. Y no alcanzamos a ir a buscar una cachoeira brasilera, para poder verificar que son tan bonitas como las de las montañas colombianas. Quedamos pendientes de explorar el curso del rio San Francisco, hasta la casa de algunos nuevos amigos en Petrolina (Pernambuco) para esta excursión.



Macarronada

Hemos comido macarronada dos veces. Cuando el niño nos propuso probarla, con este dibujo, aún no se nos había ocurrido buscarla. Algo tan común!... Pero ahora que comí donde los Bulcao, una de camarones, y luego aquí, donde Joao, una macarronada de verduras y carne, puedo dar testimonio de que les queda muy buena y vale la pena buscarla para amigos viajeros que vengan luego por aquí.



Pizza

De todas las propuestas de los niños esta fue la más sorprendente. Pues sabemos todos que la pizza no es brasilera. Pero al comentarlo con cualquier nuevo amigo en Salvador, nadie se extrañaba. Pocos días antes de llegar a Salvador, en Garanhuns, Rubens nos había adelantado la sugerencia y habíamos comido pizza de brigadeiro (un dulce de chocolate con una preparación brasilera que se considera un dulce nacional). Las pizzas aquí, igual que en Colombia se pueden comprar por porción en algunas partes y en todo caso, sale relativamente barato engañar una comida con una tajadita. Las preparan muy creativas con todo tipo de ingredientes, pero lo de Garanhuns pasó hace ya tanto que ya olvidamos las combinaciones más raras. Sólo puedo decir que hay muchas dulces y con frutas.



Banana

No muchas diferencias con Colombia. Las traducciones necesarias, al colombiano, son:

Plátano es Banana de Terra, para cocinar verde, podrían usarse también las variedades prata y figa. El que quiere hacer patacones aquí le toca buscar mucho, porque casi no lo muestran verde a los clientes en las tiendas (no es común usarlo verde).
Banano es Banana, con las variedades prata, ouro, macá (manzana), que son las más comunes. El más suave es la variedad macá.
Colisero o Guineo, es parecido a Banana Figa, sin ser exactamente lo mismo, se come crudo y maduro, poco vimos que lo cocinen.
Bocadillo (el pequeñito) también hay, pero no me acuerdo como lo llaman aquí. Aunque no es tan dulce.



Itapuá, Ribera y Bonfim

No había suficientes niños para que se les ocurrieran estos lugares. Las playas más bonitas en Salvador son las de Itapúa. Quedan cerca del aeropuerto, hacia el nororiente de la ciudad. Y hay muchísimos otros sitios para visitar.

En el sector noroccidental, está la Iglesia del Señor de Bonfim (Buen Fin), que es de las imágenes que más fervor generan por aquí, por los muchos milagros que se les atribuyen. Un poco más hacia el norte está la playa de Ribera, muy popular, donde un día a la semana se celebra un mercadito de playa muy chévere, al que se puede ir a buscar pescado rico, fresco y barato preparado en el momento. También está la heladería más antigua de la ciudad, de comienzos de siglo XX, pero hay que ir preparado para el golpetazo al bolsillo, pues aunque sea popular, los años de antigüedad los cobran.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Amigos espiritas

Una curiosidad del mundo brasilero para quien viene de otra parte, que no todos tienen suerte de descubrir rápidamente, pues no está en las guías turísticas, es el carácter tan profundamente espiritual de la gente que se expresa de formas muy variadas, que a veces parecen contradictorias.

En nuestro caso, nos topamos primero con formas conocidas de esa espiritualidad. La semana santa pasada en Tabatinga, al pié de Leticia, vimos la proliferación de iglesias evangélicas que pululan por ahí con densidades mayores a cinco por cuadra en algunas partes. incluso un supermercado popular se llamaba Pai Eterno (Padre Eterno) y la imagen del negocio era una pintura de la Santísima Trinidad.

Luego, en Recife, vimos una película reciente titulada "Eu recebiria as piores noticias dos seus lindos labios", cuya protagonista tiene obviamente labios bonitos y hace el papel de una prostituta drogadicta que consigue salir de la calle gracias a un pastor que tiene un discurso reciclado de la teología de la liberación y que se la lleva a la selva a que le escuche las predicas y vea cómo agita a sus fieles contra una multinacional. En Guaranhus, nuestro amorosísimo Rubens, quien nos mimó llevándonos a compartir con los estudiantes del colegio donde trabaja, también me ofreció conversaciones interesantes y muy comprometidas sobre el proceso de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) en Brasil. La idea del Jesús histórico que nos llama a transformar el mundo para construir el Reino de Dios en la Tierra, está aún viva aquí, con todas los cuestionamientos que el laicismo genera en los ambientes críticos y con los nefastos efectos de una iglesia institucional que cada vez tiene que ver menos con este tipo de experiencias, actuando miopemente, aferrada a una tradición que legitima el orden de las cosas que hace tiempo nadie se cree que es perfecto o mucho menos la voluntad de Dios. Diakonia mismo, en Recife, ya nos había dado la entrada en grupos juveniles que han tenido su origen en procesos de pastoral parroquial, pero que en esta época son asumidos con mucha más apertura.

Pero la sorpresa vino a nosotros de sopetón dos veces y sin que lo esperáramos. En Aracajú, nuestro anfitrión mismo, luego de una noche y medio día de paseos por la ciudad, por los monumentos históricos, por la zona de playa que él, recién retornado de un viaje por Colombia, nos presentó como la Zona Rosa de Aracajú, nos reveló en la playa su religión-ciencia-filosofía, que es el espiritismo kardecista. Nosotros entre sorprendidos e interesados escuchamos sus explicaciones, con un poco de prevención al comienzo, aunque ciertamente recordaba algo de mis años en la universidad estudiando movimientos milenaristas del nordeste brasilero, cuando había leido algo sobre la fuerza que el espiritismo de Allan Kardec, creado en Francia, había tomado en Brasil desde el siglo XIX. Pensamos que sería algo curioso para contar de nuestro viaje. Respetuosos compartimos nuestras ideas con él, pero esa misma noche teniamos ya el tiquete comprado para seguir nuestro viaje.

Cinco días más tarde, en la sede del proyecto Criar e Crescer - Guerreiros de Paz, su director nos revelaba una vez más pertenecer a la religión espirita y ser medium desde pequeño. Esta vez la conversación fue más larga, cerca de dos horas. La verdad es que el hombre, supersonriente, es angelical, literalmente, su voz cuando canta llega a notas altas y se le oye bonito, aunque los niños no pudieron seguir sus canciones cuando él intentó cantar para nosotros algo de Michael Jackson. Estaban desconcentrados quizás. Nos trató muy bien, nos permitió compartir con los niños del proyecto tres tardes de actividades en que compartimos con ellos como es Colombia, en qué se parece con Brasil y qué nos enseña su proceso de paz.


Entre las cosas que nos parecieron interesantes de esas conversaciones, hubo el tema del respeto por las otras maneras de pensar, y el intento que esta religión-ciencia hace por interpretar como buenas todas las religiones.

Después de estas dos experiencias, vemos casas espiritas por todas partes. En Salvador y en Rio de Janeiro hay muchas de ellas. Aún en los últimos días hemos seguido encontrando gente espirita, hasta uno de ellos nos explicó hace poco que algunas de ellas utilizan plantes de poder para comunicarse con entidades de otro orden. Aquí en Brasil la maconha (o marihuana), en Perú, el cactus de San Pedro, en Colombia, la coca, etc.

Con tanto cuento espiritual en Brasil, ya sólo falta que los artistas resulten pertenecientes a iglesias o religiones poco comunes. De momento, creo que ganarían las religiones asociadas a los orixas africanos, pues los mejores y más conocidos músicos son afrodescendientes orgullosos. Y en la época Lula se tomaron varias medidas para retornar valor a la identidad negra. Salvador está llena de terreiros donde se rinde culto a los orixas, pero visitar los más conocidos es algo que nos quedó para un próximo viaje. Las cantaoras y cantores afro, acostumbran cerrar sus conciertos con una sonosro y emotivo Axé, que traduce algo así como "mucha suerte para todos" pero con sentido espiritual.

La versión critica, sin embargo, vino de nuestra amiga Cibelle, que en Candeal, después de encontrarnos con Carlinhos Brown, y tomarnos una foto con él, nos dijó: -Eso de Axé es algo que a veces se dice más bien para los turistas. Como ven, en el campo espiritual brasilero, hay mucho para dar y recibir.

martes, 29 de noviembre de 2011

La llegada a Salvador

Algunos amigos de Recife me manifestaron su incomodidad con el inicio del artículo "Tubarãos", en el que cuento las primeras sensaciones del día que llegamos con la mona a Recife. Ciertamente, no es agradable que alguien venga a la ciudad de uno y se ponga a escribir que huele mal y está desordenada. Pero no es eso exactamente lo que dice en esos párrafos. Ellos se refieren sólo a la primera sensación, a la salida del metro en el centro de la ciudad, y al trayecto que hay que hacer a pié entre el aeropuerto y la estación del metro.

Acostumbro iniciar varias de mis clases con una sesión sobre el choque cultural. En ella los estudiantes leen el relato de un antropólogo que cuenta cómo fue su primera experiencia viajando a otra cultura. Es común que la primera sensación, a la llegada, sea de contraste fuerte, a veces violento, con los modos de vida en la cultura de origen del viajero. Luego, poco a poco, irá apreciando la cultura que lo acoge, hasta que se acaba por identificar con ella. En nuestro caso, no vivimos un contraste fuerte con nuestras culturas de origen. María José está ya muy colombianizada y conocemos ciudades con mucha contaminación y que vierten sus peores desechos en sus rios o en el mar. Pensemos en Buenaventura, Quibdó, o las mismas Cartagena o Barranquilla, que en muchos puntos tienen graves problemas sanitarios. O en el desastre del relleno sanitario doña Juana en Bogotá, hace años, cuando una acumulación de gases hizo explotar el relleno y se taponó el rio Tunjuelo por más de medio año, expandiendo malos olores hasta más de 30 kilómetros a la redonda.

Más bien, nuestro problema con los malos olores y los problemas sanitarios en Recife es una constatación de nuestros problemas comunes por resolver, y el centro de Recife es uno de los lugares que necesitan acciones importantes en materia de sanidad. Eso sí, el barrio antiguo está siendo recuperado hace tiempo, y las calles alrededor de la plaza de Arsenal y del Punto Cero son hermosísimas, así como también su gente, tanto físicamente, como en el trato. Ya hemos dicho lo mucho que nos gustó caminar una tarde de domingo de ensayo en ensayo de los maracatús (y se nos nota por las caras y el baile en el blog de Ricardo e Yone).


Ahora tengo que decir que nos pasó algo parecido cuando llegamos a Salvador. Viajamos haciendo escalas en Guaranhus, Maceió y Aracajú, a lo largo de seis días. En Aracajú, ya nuestros anfitriones nos advirtieron que íbamos para una ciudad difícil e insegura. Sin embargo, la primera incomodidad fue que no teníamos opciones para viajar allí durante el día, como es nuestra costumbre, para poder ver el paisaje, tener idea de los lugares por donde pasamos y dormir mejor (en lugares quietos). Pero las empresas prefieren viajar de noche y el monopolio lo tiene "Senhor de Bonfim" (con lo poderoso que es para los milagros, cualquiera le hace competencia, al parecer la gente se lo piensa dos veces antes de desafiarlo).

Con esta imposición, nos encontramos en el Terminal de Transporte (A Rodoviaria) de Salvador a las 7:00 a.m., en plena hora pico de la ciudad, sin saber para donde coger, ni como llegar al lugar donde nos alquilaban la habitación. La señora con la que hablé no había respondido a mis correos electrónicos y tuve que llamar por teléfono para pedir las indicaciones justo el día antes, de manera que no alcanzamos a ver ningún plano de la ciudad. Las referencias las había escrito como las oí, a sabiendas de que podía estar errado. Estuvimos más o menos 40 minutos preguntando por el bus para Dseño bello (Dsenho Velho). La mayoría de gente no nos hacía caso, como era hora pico, todo el mundo tenía prisa y nadie quería entretenerse tratando de entender a dos turistas raros, que ni se sabe de dónde son. Algunos de los lugares por donde habia que pasar nos parecían sucios y dudábamos si era por ahí que había que pasar, pero de ese modo salimos del terminal, tomamos un puente peatonal lleno de vendedores callejeros. El puente pasa  por encima de un caño picho, digno de los mejores de Bogotá, y va para el separador central de una avenida gigante donde una marea humana luchaba por conseguir puesto en el bus que los lleva al trabajo. Algunas personas finalmente nos atendían, nos entendían y nos enviaban a diferentes lugares donde pasaba el supuesto bus, pero en todas partes tardaba y cuando preguntábamos a otras personas, de nuevo nos hacían devolver. Por ejemplo, nos devolvimos al terminal a los 20 minutos de estar en el separador de la gran avenida. Luego, cuando decíamos que era para el barrio de Brotas, nos daban otras orientaciones. Así, pasamos otros  40 minutos sin decidirnos si coger para Brotas o para Dsenho Velho. Entonces tratabamos de llamar a la casa donde nos alquilaban el cuarto y ningún teléfono del Terminal servía. Finalmente, cuando la mayoría de las orientaciones de los pocos colaboradores coincidieron, vino la revelación: un bus decía por el costado "Engenho Velho de Brotas". ¡Eureka! Era nuestro bus, pero cuando vimos el aviso, el bus salió y no lo pudimos tomar. El siguiente tardó 20 minutos en llegar. Y para tomarlo hubo que hacer una fila larga y apretarnos en el bus con las maletas (especialmente la mía, que es la más grande), incomodándo a la gente y preguntando cómo llegabamos a la rua Urbino Aguiar, que obviamente nadie conocía. Tampoco conocían el punto de referencia: "colegio Goscalmum". Pero de tanto preguntar y molestar, una estudiante que estaba al lado de la señora que trataba de entendernos, preguntó dos veces qué cuál colegio. Hizo un esfuerzo y finalmente dijo que era su colegio y que iba para allá, nos mostró la camiseta del uniforme "Colegio Goes Calmon". A la fecha aún no sé cuál es la pronunciación correcta. Entonces, progresivamente, a medida que nos alejábamos de la estación rodoviaria, (terminal de transporte), la gente a nuestro alrededor en el bus, comenzó a recuperar su humanidad y a actuar amablemente y más relajados. Un señor que había dicho a María José que no era cosa suya ayudarnos, sino del taquillero del bus (en Salvador y Recife se entra por atrás a los buses y un señor allí cobra para dejar pasar a los pasajeros por la registradora), ahora decía que el taquillero tenía güevo de no decirnos dónde era que nos teníamos que bajar. La señora de atrás de la que nos ayudó aprobaba todo lo que la de adelante decía y los demás pasajeros a nuestro alrededor comentaban la jugada la importancia de ayudar al viajero.

Luego, cuando llegamos a la casa donde nos habían ofrecido alquilar una habitación, salio del apartamento de nuestros anfitriones un perro ladrando amenazador. Era un pitbull. y el otro es de esa raza peluda que parecen leones, y que en Bogotá gustan tanto en los montallantas de barrio popular. Pensamos que nos estábamos metiendo en la cueva de un par de perros y que quizás tendríamos que buscar otro lugar, con maletas, lejos del centro, de los lugares turísticos, de cualquier hotel... Pero la señora Ángela nos tranquilizó rápidamente. Nos dijo que era en el apartamento de arriba, compartido con dos estudiantes, pero que ahora habían salido por un par de semanas, así que estaríamos prácticamente solos.

Vino un poco de calma, pues el apartamento es grande y cómodo, y estaba muy limpió y bien arreglado. Además, con acceso a internet... todo bien, después de pagar sólo faltaba el recibo. Mientras, salimos a la zona turística, que se llama Pelourinho. Preguntamos si por aquí pasa el bus para allá. Nos dijeron que sí, asi que, sin perder tiempo, nos fuimos para allá. Nos bajamos en el lugar indicado, un barrio al lado de Pelourinho, llamado Barroquinha. Muy pintoresco, entramos en una plaza de mercado interesante, pero sólo vimos los puestos cerrados y en la puerta de atrás, asomamos la cabeza y vimos algunos transeúntes esqueléticos y carichupados caminando unos con camisa y otros sin camisa. Así que salimos corriendo hacia la iglesia de pinta turística más cercana, y obviamente disimulando, pues parece que nos habíamos metido en una olla.

La siguiente hora, estuvimos saliendo y entrando caprichosamente de olla en olla, mientras en las calles en poco mejores que veíamos nos tratábamos de orientar con el plano de la ciudad que afortunadamente nos acababa de dar Ángela, nuestra anfitriona esa mañana. Cuando realmente entendimos el plano, pues la ciudad no tiene calles rectas y la escala no da para que todas las calles estén en el plano y las más pequeñas no están señaladas, nos pusimos en línea recta hacia el barrio turístico y allí fue cuando nos metimos en la olla más notable, donde con movimientos perezosos y temblorosos, seis o siete esqueletos fumaban baretos debajode un árbol al lado de la calle única que nos llevaba a la Joaquim Seabra, paso obligado para llegar a donde queríamos. Un esqueleto de señora trataba de tapar a su compañero con una camisa para que nos viera que estaba fumando. Un paisaje triste que recorrimos con el corazón en la mano y pensando que nos habíamos equivocado de ciudad.

Grabé bien en mi cabeza esas calles para no volver a pasar por ahí. A media tarde, ya en la plazoleta principal del sector turístico, charlamos con algunos guías. Uno de ellos, alegre, persona de unos 50 años, comentó que los colombianos le parecían buenas personas aunque no acostumbran contratar guía y nos señaló en el mapa las calles por las que acababamos de pasar, diciendo sólo tienen que tener cuidado con estas calles. Otro, en actitud similar, menos comunicativo, nos dijo, sólo no entren a Barroquinha. Con María José nos miramos con cara de ya qué. No lo volveremos a hacer. Pasamos miedo realmente. En una ciudad nueva, uno nunca sabe cómo son las cosas. Menos mal no nos pasó nada.

El resto de tarde la gente nos trató excelentemente y en los días siguientes, nuestra exploración de la ciudad nos ha ido trayendo tantas experiencias inigualables, en lo grande y en lo pequeño, como encontrar charla interesante y amena en los buses, encontrar guías espontáneos que van con nosotros a los lugares y nos hacen charla, ver la mayor cantidad de pececitos con unas gafitas de buceo en piscina apenas a cinco metros de la playa, conocer unos niños y voluntarios superacogedores en una organización comunitaria, participar en una tarde de celebración sobre la conciencia negra en la Escuela de Música de Pracatum, del barrio de Candeal, el de Carlinhos Brown, trotar por la ciudad y descubrir parques y caminos, ir a conciertos y exposiciones en varias partes, conocer muchas playas hermosas, montar en barco a precio de bus urbano para atravesar la Bahía de Todos los Santos hasta la isla de Itaparica, etc. Con el paso de los días, nos damos cuenta que es una ciudad llena de oportunidades. La sensación de desorden, cierta suciedad y falta de hospitalidad del primer día se desvaneció hace ya tiempo y por completo. Nos parece ya que sólo fue una sucesión de malas coincidencias.




jueves, 24 de noviembre de 2011

Ser colombiano es bueno en Brasil

El amigo de Recife, Mauro, me decía, el día del caldinho de Sururú: -Aquí en Brasil es bueno, y en Recife es donde mejor me ha ido. Hay días que me hago 60, 70 reales, eso en Bogotá es duro. Colombia está difícil para el artesano. En cambio, el brasilero es generoso y curioso, le gusta comprar cositas... también son alegres, les gusta charlar...

En los días siguientes, por las calles, colegios, ambientes comunitarios de varias ciudades hemos corroborado esa impresión. Un señor que vende mangos en Boa Vista, cerca del puente de Boa Vista, Recife, estuvo en Bogotá en la casa de unos amigos.

Otro, que vende pescado en Olinda, por la Rua do Sol, fue marino y estuvo en una competencia internacional en Cartagena, me dijo que había competido con su equipo, contra el Gloria, de Colombia, en ambos casos, nos hicieron rebajas sustanciosas.

Un rasta que pinta camisas en una calle turística de Pelourinho, el barrio más antiguo, en el centro de Salvador, tiene dos amigos rastas en Cartagena que lo invitaron por estos días para allá, salió hoy, si no recuerdo mal, nos orientó un poco por la zona sin insistir en que compráramos nada. Un señor mayor, en el Mercado Modelo, que está en el puerto de Salvador nos charló como media hora sobre las islas más bonitas para ir a visitar, sobre su barrio (bairro da Paz, la favela grande aquí), cerca al aeropuerto.

Un guía turístico nos orientó igual que el rasta, sin insistir en cobrar por la guianza y charló sobre las muchas cosas en común que tienen los dos países. Advirtiéndonos que evitáramos las calles que acabábamos de recorrer para entrar a Pelourinho. Le dijimos, -sí, ya nos dimos cuenta...

El mismo Lauzi, quien nos dio posada en Aracajú, acababa de regresar de Colombia pocos días antes de nosotros llegar a su casa. Quedó tan impresionado y contento que nos atendió a cuerpo de rey y nos pidió que le enseñáramos a hacer arepas.

De encime, le enseñamos también a hacer patacón (unos amigos colombianos que viven en São Paulo, nos habían dicho que en Brasil no se consigue platano verde, eso cambia en el noreste de Brasil). Él nos llevó por todas partes durante la noche y el día que pasamos en su casa.

Pero lo más bonito que hemos podido tener como colombianos por aquí, es la reacción de los niños y jóvenes en los lugares donde hemos podido tener algún tipo de encuentro. En el colegio de Paranatama, cerca de Guaranhus, donde nos recibió Rubens, amigo de Carolina, ilustre eleusina de la localidad 5, Bogotá, los niños no sabían dónde quedaba Colombia, y alguno dijo "en Africa?". Pero después de charlar un poco, responder a sus preguntas y mostrar algunos pasos que les hicieron reir, unos cuantos se querían tomar fotos con nosotros. Parecían niños colombianos de cualquier zona rural del valle del Magdalena o la costa. Muy despiertos y animados. También aquí, en Salvador, ayer en la tarde, un ratico que estuvimos en la sede del proyecto Criar e Crescer - Guerreiros da Paz, los niños jugaron "llegó carta", "ritmo" e hicieron dibujos de lo que les gustaría mostrar a una pareja de turistas colombianos en Salvador.




Más tarde, aproveché que María José tenía un trabajo que hacer y me pasé por la sede de Pracatum, la escuela de Música que creo Carlinhos Brown en el barrio de Candeal, la zona afro más afro en la mitad de la ciudad. En estos días se celebró en Brasil el dia de la conciencia negra, que aquí es el 20 de noviembre, fecha en que murió Zumbi, el líder del primer quilombo brasilero, que fue en un pueblo cerca de Guaranhus, llamado Palmares (en bus pasamos por ahí pero no sabíamos así que no nos pudimos bajar). Aquí en Salvador, ya nos tomamos la foto en la estatua correspondiente.


Entonces, la actividad era una premiación de las actividades que los grupos de la escuela habian hecho durante la semana en una gimcana conmemorativa de la conciencia negra. Pero como aún tenemos pendiente otra visita más a Pracatum mejor escribo sobre eso más adelante. Sólo para redondear la lista de experiencias chéveres por ser colombiano en Brasil, adelanto que llegando como un extraño, sin haber acordado cita ni nada, me dejaron saludar, presentarme y nos invitaron a conocer el centro y charlar con algunos de los grupos, la semana entrante, cuando al estar ya en la última semana, el centro está oficialmente cerrado a visitas.


Un historiador que estuvo en esta actividad me soltó la chiva: la Universidad Federal de Bahía está aumentando la planta docente... Así que, amigos profesores que quieran vivir aquí: a preparar los papeles! Que ser colombiano en Brasil es bueno!

martes, 22 de noviembre de 2011

Dos colombianos excepcionales

Uno de los temas que más nos gustan a los colombianos en el exterior, son las historias de rebusque en el que resaltamos nuestra capacidad de adaptación y fuerza para mantenerse vivo y activo. Del tiempo que llevamos en nuestro viaje en Brasil sólo hemos conocido a dos personas de nuestro país, un colombiano y una colombiana, que serán útiles para alimentar este ego malsano de patria que nos hace mirarnos el ombligo, pero que no consigo evitar que me emocione un poco.

El primero de ellos es Mauro, un artesano que nos cruzamos con María José cuando íbamos a nuestro primer paseo por el Recife histórico. En el último puente que hay que pasar (puente Mauricio de Nassau), a eso de las 7:30 p.m. una hora en que aquí ya está bien oscuro, andando con la precaución típica de bogotano cruzando puente, nos cruzamos al tiempo que él lanzó un breve "bonita su mochila" y "colombiano?". Pasó sin detenernos, consecuencia de la precaución bogotana de en la calle no parar de caminar. Pero después de cuatro metros, dije que sí y pregunté si él también era colombiano. Dijo que sí y nos pusimos a hablar. Dijo que venía de Caqueta y que llevaba tres años en Brasil, su acento ya marcado por tanto hablar portugues. Estaba emocionado y ofreció regalar unos aretes a María José, luego se despidió, invitándonos a una fiesta que había en una casa del barrio del Pilar, ambiente alternativo e interesante, seguramente crítico con las ideas de la prefeitura da cidade. Aunque, nos llamó la atención, no nos animamos, apenas lo acabábamos de conocer.

En los días siguientes nos encontramos un par de veces, siempre invitaba a algún plan. La segunda de estas veces fue en Olinda, acompañados de un joven y entusiasta brasilero -Otavio- que batía sus brazos al hablar, como si fueran las aspas de un molino, y saltaba para indicar que estaba emocionado, Mauro pregunto "y este ya se metió algo?". Como no sabíamos, nos encogimos de hombros, pero el chico brasilero era buen tipo, solo un poco raro y que estaba hoy muy contento. Entonces, él comentó que había una fiesta que se llama la terça negra y que era esa noche. Nos mostró un restaurante cerca de la playa donde hacen caldinho de sururú, un molusco de la región, a 2,50 reales. Barato para el sector. Así que lo invitamos y luego aceptamos el brasilero y yo, ir con él a la fiesta negra, que por lo visto era algo bastante tradicional.

En el camino, sacó su flauta de PVC en el bus y tocó "Moliendo café" y dos canciones brasileras que animaron mucho a la gente, es chistoso, asi que hacía a la gente aplaudir diciéndo "ayudemen, ayudemen". Otavio y yo ayudamos al ambiente y haciendo ver que gente del bus contribuía al arte. Pero por estar ocupados en ello nos pasamos del sitio en que había que bajarse. Tardamos un poco más en llegar, pero al entrar al Patio de San Pedro, que es donde se celebraba la Terça Negra (martes de los negros), el poderío de la música africana me pareció impresionante. Mientras en la tarima grupos de mucha percusión y voces prodigiosas cantaban, entre el público, jóvenes capoeiristas bailaban y se retaban entre ellos, en un ambiente muy alegre y cordial. Mientras tanto, él me contaba detalles de su historia, su paso por las fronteras con Venezuela y luego entre Venezuela y Brasil, su última vez que estuvo en Manizales, donde tenía una novia que estudiaba teatro en la Universidad de Caldas que quiso irse con él. Quedamos de que enviaría algo para ella, pero de pura mala suerte en los días siguientes no nos pudimos charlar de nuevo en condiciones.

La segunda es Diana, una caldense, de Samaná. Sólo de pensar en ese pueblo sentimientos hondos se me atraviesan porque sin conocerlo, es uno de los símbolos de la crueldad de la violencia de la última década en nuestro país. Ella pasó por la fiesta de la casa de Hilton, ya en los últimos días de nuestra estancia en Recife. Allí, la vi mezclada entre un grupo de brasileras que bailaban musica coco, muy tradicional de las zonas rurales del sertón nordestino. Música muy alegre cuyo paso es difícil de coger al comienzo. No sabía que era colombiana. En el baile de la ciranda, en el que toda la gente hace una rueda, estuvimos cerca y nos saludamos con el típico cruce de cejas. Luego de la fiesta, ya charlamos un poco, ella me preguntó si era colombiano y de dónde. Yo le pregunté lo mismo. Entonces me contó que salió en el 2005 del pueblo y que hace un año que está en Brasil. Vive en Olinda y también sabe de artesanías. Intentamos explicar a las personas que estaban con nosotros de lo que estábamos hablando, pero no fuimos capaces de dar a entender la dimensión del horror que se vivió en esa parte de Caldas, donde en los últimos años hubo más de 60.000 personas que quedaron en situación de desplazamiento forzado. Sus padres ya están tratando de volver al pueblo, pero el proceso es difícil. Ojalá cuando vuelva nos invite, para participar un poquito de esa recuperación.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Tubarãos y otros amigos

Recién llegados a Recife, nuestros primeros anfitriones fueron Ricardo y Yone, una pareja de pensionados a quienes contactamos por la red couchsurfing y quienes aceptaron darnos hospedaje y mostrarnos la ciudad. Del aeropuerto a la estación del metro hay que atravesar una autopista con tráfico a toda velocidad, de las que definitivamente hay que pasar por la única cebra del único semáforo del sector. La caminata, con preguntas a la gente para orientarnos y todo, nos tomó más de 15 minutos, pero llegamos. La sensación aquí, como en la estación final, que es en el centro de Recife, es que la ciudad es sucia y desordenada. Especialmente los alrededores de la estación son bastante caóticos. A mí me recordó el tráfico de centro de ciudad grande y mediana en Colombia. Pero realmente, más sucio. Como es tierra caliente, los olores de las alcantarillas se lucen en las narices de la gente. Tuvimos nuestra vista de los basureros del río Capibaribe, que es el principal de los que desembocan en la zona costera de la ciudad. Sobre él cruza el puente de Boa Vista, que fue por donde pasamos para ir hacia casa de nuestros anfitriones.



Huele a basurero, pero a lo largo de la calle de la ribera nos tomamos nuestra primera agua de coco (2 reales el coco verde, aunque en algunos puestos venden los pequeños a 1 real), cerca de la casa de la cultura que una vez fue prisión, muy parecida en su estructura al antiguo panóptico nacional, hoy Museo Nacional de Colombia. Después de pasar el puente de Boa Vista, buscar un sitio donde consultar internet y reconocer los primeros puestos de frutas baratas de calle (tres mangos por 2 reales, una patilla de 10 kilos por 2 reales), llegamos a donde Ricardo y Yone. A las 4 p.m. Justo la hora que habíamos dicho que llegaríamos. Aún un poco desconcertados por el cambio de horario, pues Recife tiene una hora corrido el huso horario con respecto al de Salvador, aunque el meridiano es casi el mismo.

Desde el comienzo, nuestros anfritriones fueron super acogedores. Ya comenzamos a charlar de los intercambios de comidas, recetas, del clima en los dos países, de la música, del portugués hablado en Brasil, Yone cantó ya algunas canciones, yo mencioné las que me habían servido para practicar un poquito del idioma antes del viaje. También hablamos del tema más ansiado, especialmente por María José: las playas. Pero Ricardo lanzó una advertencia terrible: Tem que ter cuidado porque o problema de nossas praias é o tubarao. Preguntamos que qué era eso, para asegurarnos que estábamos escuchando bien, y él nos confirmó que hay tiburones y que no es una exageración. En los últimos años, lo normal es que muerdan a una o dos personas al año. En otras explicaciones de los días siguientes, otros amigos nos completaron el panorama: hubo cambios en la organización del litoral de la ciudad. Había un punto del puerto donde los tiburones aprovechaban residuos orgánicos que los humanos dejaban botaban ahí, pero lo quitaron y entonces los tiburones se esparcieron por todo el litoral y llegaron a las playas. Eso fue hace unos 20 años. Sólo se puede uno meter al mar en las partes donde hay barreras de arrecifes que hacen más difícil la entrada al tiburón y ojalá en marea baja. Las playas de Recife y Olinda están llenas de avisos con advertencias de cuidado con los tiburones. A pesar de la tristeza por no podernos meter al mar en todas partes, aprovechamos la situación para tomarnos unas fotos delante de los avisos.

El resto de nuestras aventuras con Ricardo y Yone las registró Ricardo con su cámara y subió las fotos en su blog:

En los días siguientes a los que muestran en su blog, luego de que nos llevaron a Olinda y todo, y se tomaron la foto con Hilton, el dueño del pequeño hotel alternativo donde nos quedamos el resto de las dos semanas recifenses, para asegurarse de que estaríamos bien cuidados, ya nos pusimos a conocer por nuestra cuenta lo que pudimos. Siguen unas fotos en Olinda, la ciudad más antigua de Brasil (1537).





Tienen gigantes, como en las fiestas de Valencia, Cataluña y el sur de Francia. Algunos blocos las sacan al carnaval. En Olinda, algunas casas se han convertido en museos donde los exhiben.


Última foto por hoy: aunque borrosa, fue nuestro primer contacto con la movilización de los negros brasileños. El primer día que tomamos un bus para el centro histórico de Recife, había un trancón. Entonces nos bajamos a ver y nos encontramos con una manifestación por la mejora del sistema de salud en las comunidades negras de Pernambuco, el estado del que Recife es capital. Disculpen la falta de flash en nuestra cámara.